Wednesday, November 11, 2009

2012

Ese día en Insurgentes por fin sucedió el acontecimiento,
la singularidad que en el espacio era un agujero negro;
está vez en la tierra, en la parte azul de su cuerpo,
las naves luminiscentes, con sus esferas
plateadas como libelulas magnéticas
(o abejas de la nave nodriza Virgen Fatima),
fueron avistadas aspirando nuestras conciencias
o secuestrando el sexo de los transeúntes;
una hueste que por fin anunciaba la llegada
de un día trascendental, de un parteaguas,
un nuevo paradigma, donde ya no se podría ocultar
la verdad y lucrar con el miedo y la manipulación.
Descenderían las naves para difundir el mensaje
de amor cósmico de la Federación Galáctica
que escogía esta transitada arteria urbana
(y no el césped de la Casa Blanca, somo se pensaba)
por ser una posmoderna reminiscenica del viaje de Aztlán
y su épica metáfora aterrizada en un nopal
(algo que le gustaba mucho a su comandante Ashtar).

Pero mientras los conductores dejaban su vehículo
y se apilaba absurdamente el tráfico, repitiendo
al extremo la esterotípica imagen de lo extraordinario
en un paisaje urbano, mirando al sol
como si la deidad extendiera su dedo
por fin activando la electricidad
entre la tierra y el cielo.
Así embelesados en increíble halo,
hasta que en el momento de mayor devoción,
de entre una especie de nube incendiada,
como antes al profeta Eezequiel, surgio una escritura
apenas soplada, áurea aerografía de cometa
que decía: 2012, el fin de los tiempos.

Y al mismo tiempo, alterno santiamen,
del altar de nubes y policromía
apareció la imagen gestalt cincelada
de Lady Columbia con su antorcha encendida
por una precisa pirotecnia.

La decepción patente, casí patólogica,
creció como una desvaída bola de nieve
entre los ciudadanos entrenados
a reconocer el escarnio de la publicidad:
los Señores del mercado especial,
los únicos capaces de poblar
el cielo con su imagen,
y llenar de dioses la ciudad.